Nuestra vida en estos cuerpos mortales siempre se quedará corta de los estándares de Dios. Desde el momento que el pecado entró al mundo, no hemos sido capaces de satisfacer los requerimientos de perfección de Dios. Pero, conociendo nuestras debilidades, Dios dio a Su Hijo como sacrificio para cubrir a aquellos que creen y hacernos perfectos ante Sus ojos; “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). La fe en el sacrificio de Jesús nos hace perfectos para siempre – esta es la gracia del regalo de Salvación; “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe” (Efesios 2:8).
La gracia de Dios nos hace perfectos desde el momento en que somos salvos; pero, por el resto de nuestros días en esta tierra, estamos “siendo santificados.” Por esto Pablo, quien libremente escribe acerca del regalo de la gracia, puede también exhortarnos a una vida libre de pecado; “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias” (Romanos 6:12). Pablo comprendió que aún cuando hemos sido hechos “perfectos por siempre”, también hemos sido llamados a un alto nivel de santidad. Por ello el se refiere a su vida después de la Salvación como una carrera por ganar; “olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:12-14).
La foto de un atleta en buenas condiciones físicas esforzándose hacia la meta puede ser un maravilloso motivador. Sin embargo, cuando nos esforzamos y presionamos hacia una meta equivocada – o con nuestras propias fuerzas – pronto nos fatigaremos y nos desanimaremos. Estamos en la carrera, pero debemos permitir que Jesús establezca la meta igual como la ruta para correr. La meta de una vida Cristiana debe ser siempre producir frutos que glorifiquen el nombre de Dios; “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto” (Juan 15:8). Y la ruta hacia la producción de fruto tiene que ser SIEMPRE a través de la vid de Cristo.
Juan 15:4-5
“Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.”
Somos llamados a producir frutos viviendo una vida de Santidad y dando honor y gloria a Dios en todo lo que hacemos. Sin embargo, los frutos solo pueden crecer si permanecemos íntimamente unidos a la vid – una rama no puede producir nada por sí misma! En nuestras propias fuerzas no podemos producir santidad o CUALQUIER COSA estimada por Dios. Pero cuando permitimos que la vida de la vid fluya por nuestras venas, PRODUCIREMOS muchos frutos.
Unámonos firmemente a la vid de Jesucristo y permitamosle fluir a través de cada parte de nuestra vida. Vivamos cada día en la presencia santa de Dios y produzcamos canastas de frutas para Su gloria y honor. Corramos para ganar mientras presionamos y nos esforzamos hacia la vid.
Tenga un Dia Centrado en Cristo!
Steve Troxel
Ministerios La Palabra Diaria de Dios