Habían pasado cuarenta años desde que Moisés condujo a los Israelitas fuera de Egipto. Durante esos años vagando en el desierto, Dios demostró Su fidelidad así como Su santidad. Ahora que la gente estaban finalmente lista para cruzar el rio Jordán y avanzar hacia la tierra prometida de Canaán, Moises les dió ánimo por última vez.
Deuteronomio 6:10-12
“Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.”
Todos viviamos en la tierra de esclavitud – una tierra donde eramos controlados por el pecado. Fuimos nacidos como esclavos, pero Jesús vino a liberarnos: “que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado” (Romanos 6:17-18).
Mientras estábamos aún perdidos en condición de pecado, Jesús dió Su vida en la cruz como un sacrificio (pago) por nuestros pecados – pero El también rompió las cadenas que nos mantenían esclavos al pecado. Aún cuando seguimos luchando, no necesitamos ser dominado si hemos puesto nuestra fe en Jesús y diariamente nos sometemos a la conducción de Su Espíritu. Su sacrificio nos provee una manera para ser “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17). ¡Esta ES una vida victoriosa!
¡Si, hemos sido liberados! Pero nosotros no hicimos nada para ganar esta libertad. Nosotros no cavamos un pozo de justicia o plantamos un campo de perdón. Nuestra “tierra prometida” de libertad es un regalo, dada por un Padre amoroso a aquellos que creen.
Mientras continuamos nuestro caminar Cristiano, con sus muchos altos y bajos, vueltas y curvas, a menudo nos olvidamos. Nos desanimamos por trivialidades que pronto se desvanecen y olvidamos el regalo de la vida eterna que hemos recibido. Vagamos en un desierto seco de corazones desagradecidos y preguntamos, “¿Donde esta Dios?” Olvidamos el gozo que una vez tuvimos de estar atenidos a Su presencia y olvidamos Su promesa de estar siempre cerca; “Nunca los dejare, nunca los abandonare” (Hebreos 13:5).
A través del precioso regalo de Dios, tenemos una eternidad para adorar a nuestro Padre Celestial. Solo esto debe ser una razón para adorar Su Nombre con cada aliento y vivir una vida de santidad agradable a El. Sea que estemos en un tiempo de enfrentar pruebas o de paz sin comparación, siempre debemos ver de donde fuimos rescatados. Su regalo es una bendición que casi no podemos comprender. Y mientras nos acercamos y le damos más de nuestro corazón, Su gracia continuará bendiciendonos aún mas. Adorémosle con un corazón agradecido, glorifiquemos Su Nombre en TODO lo que hacemos, y tengamos cuidado de nunca olvidarnos.
Tenga un Dia Centrado en Cristo!
Steve Troxel
Ministerios La Palabra Diaria de Dios